COORDENADAS

 






Y siguió caminando entre los vidrios rotos y las paredes blancas agrietadas. Miró atrás esperando hallar alguien a quien socorrer, pero solo vio los pedazos del cielo raso esparcidos mientras que el techo mostraba el esqueleto de aluminio del hospital. Entre los chispazos del panel del elevador notó que el indicador hacia abajo parpadeaba. Se abrieron las puertas de la cabina y salieron tres personas empujando una camilla. Uno de ellos, que era un médico se adelantó despejando cualquier estorbo del pasadizo. Una enfermera balanceaba una bolsa de sangre y la otra oprimía un respirador manual; ambas empujaban como podían. Cuando pasaron por su lado quiso ayudar y al mirar al paciente se encontró con ella misma.

Horas antes de suicidarse terminaba gritando, rompiendo vasos y enumerando todas las cosas dolorosas que sufrió y seguía sufriendo. Finalmente, remató con una frase que poco a poco llegó a convencer a los demás de ser un berrinche: “Ya me voy a morir para que no jodan” y aunque lo gritaba nadie le hacía caso hasta que ese día en vez de dar un portazo corrió a abrir la mampara y se arrojó. Al recordarlo comprendió que era un alma vagabunda y le dio tristeza saber que esos tres arriesgaban la vida trasladando a una muerta. ¿No se habrán dado cuenta?, ¿pero nunca vi ninguna luz, ni nada de esas huevadas de las películas? y notó que las palabras no salían. Solo abría la boca para sentir por algo dentro. Hasta sus gritos eran ecos. Al poco tiempo, se dio cuenta que había perdido la sensación de tener boca, latidos, dedos y sentir sus cabellos lacios. Ella se resumía en ser tan concreta como un pensamiento y tuvo tanto miedo que decidió seguir a esos tres no vaya ser que la resuciten con cables y quería estar cerca para “regresar” rapidito.

Ya en el patio del hospital, notó que los muertos y los vivos se mezclaban caminando como sonámbulos quejándose, llorando o pidiendo perdón a Dios para que se los lleve o los salve. Pero no veía muertos y vivos idénticos mirándose entre sí y sufriendo su dilema. Fue en ese momento, que el médico y las enfermeras abandonaron la camilla y dejaron sobre el pecho de la paciente el respirador y la bolsa de sangre para atender a otros heridos. No había nada que hacer. Después de casi media hora, algo en la camilla se movía: primero el dedo de un pie, luego un temblor en las manos, lo más glorioso fue que abrió los ojos. Se movió despacio y grito dolorosamente mientras los tres regresaban llamándose unos a otros. Encontrarla respirando con dolor fue un milagro después de haber aguantado una caída de un quinto piso y minutos antes un terremoto de 40 segundos. Es por eso que decidieron hacer lo imposible para que no se vaya, pero algo en ella no estaba bien. Días después de su boca no salían sentimientos, sus latidos apenas se escuchaban y sentía que sus manos eran ajenas y no se sentía hermosa por sus cabellos lacios. Tampoco lloraba, ni gritaba, ni sentía miedo o ansiedad al pararse en el balcón. Esa tristeza inexplicable la acompañó en su matrimonio, en el nacimiento de sus tres hijos y la boda de los mismos. Nada la conmovía, se sintió sola y vacía cada vez que se miraba al espejo para buscar una respuesta en el fondo de sus ojos. El día que murió ambas almas se encontraron, se miraron y caminaron juntas en silencio. Después de haber vagado tantos años el alma del hospital le dijo sonriendo que Dios también apostaba a los dados, pero ese día se pasó al agitarlos. Ella le contestó con una sonrisa y por dentro algo nacía en sus corazones y les dictaba que morir es también parte de la vida.

Aldo Livia- 27 de setiembre del 2020  

Comentarios

Entradas populares