COORDENADAS
Ya en el patio del hospital, notó que los muertos y los vivos se mezclaban caminando como sonámbulos quejándose, llorando o pidiendo perdón a Dios para que se los lleve o los salve. Pero no veía muertos y vivos idénticos mirándose entre sí y sufriendo su dilema. Fue en ese momento, que el médico y las enfermeras abandonaron la camilla y dejaron sobre el pecho de la paciente el respirador y la bolsa de sangre para atender a otros heridos. No había nada que hacer. Después de casi media hora, algo en la camilla se movía: primero el dedo de un pie, luego un temblor en las manos, lo más glorioso fue que abrió los ojos. Se movió despacio y grito dolorosamente mientras los tres regresaban llamándose unos a otros. Encontrarla respirando con dolor fue un milagro después de haber aguantado una caída de un quinto piso y minutos antes un terremoto de 40 segundos. Es por eso que decidieron hacer lo imposible para que no se vaya, pero algo en ella no estaba bien. Días después de su boca no salían sentimientos, sus latidos apenas se escuchaban y sentía que sus manos eran ajenas y no se sentía hermosa por sus cabellos lacios. Tampoco lloraba, ni gritaba, ni sentía miedo o ansiedad al pararse en el balcón. Esa tristeza inexplicable la acompañó en su matrimonio, en el nacimiento de sus tres hijos y la boda de los mismos. Nada la conmovía, se sintió sola y vacía cada vez que se miraba al espejo para buscar una respuesta en el fondo de sus ojos. El día que murió ambas almas se encontraron, se miraron y caminaron juntas en silencio. Después de haber vagado tantos años el alma del hospital le dijo sonriendo que Dios también apostaba a los dados, pero ese día se pasó al agitarlos. Ella le contestó con una sonrisa y por dentro algo nacía en sus corazones y les dictaba que morir es también parte de la vida.
Aldo Livia- 27 de setiembre del 2020
Comentarios
Publicar un comentario