La brujula de Edipo
—Mañana se cumplen diez años, Antonio —dijo Carmen con pena y mirando al piso. —Todos los animales se murieron a los diez años, también, las personas ajenas a la casa: Ernesto, María, doña Gloria y el señor Reyes. Todos se mueren a los diez años. Se mueren en la fecha clavadita. ¡Mejor vámonos, Antonio! —gimió nerviosa y sollozando esto último.
— Esa gente se murió por casualidad. Eso nadie sabe. Más bien, ayúdame a buscar algo pesado para trancar la puerta del cuarto.
— La casa estaba amoblada y hasta había tazas sucias en el comedor cuando llegamos. ¡De esta casa salieron corriendo! Todavía tenemos ese ropero y ese cuarto con las cosas de esa gente. No los queremos tocar y nadie entra. Pero tú mismo has escuchado las canicas y has visto a los perros alocarse mirando la puerta de ese cuarto —agregó algo temblorosa después de tomar aliento. —¡Mejor vámonos! ¡Tú me dijiste en marzo que nos íbamos a ir!, ¡Vámonos!
— ¡Mamita, adónde vamos a ir! Estoy juntando para comprar un terreno o un departamento. A mí tampoco me gusta Barrios Altos—lo dijo esta vez apoyando la cabeza en el hombro de su joven esposa mientras la cogía de las caderas. —Además, tú mamá trajo un cura y le hizo la jugada diciéndole que tenia vino de misa guardado en ese cuarto. Lo pasearon por media hora y hasta le hicieron tomar té ahí dentro y no le pasó nada.
—Es que tú no has visto como se han muerto. Ernesto se murió pegado a ese enchufe que no servía; A Gloria le reventó el primus mientras bombeaba suavecito; al señor Reyes le encontramos sentado en su banquita pensando que estaba dormidito hasta que la negra trajo un pedazo de ladrillo manchado con sangre en su hocico. Pero el techo estaba enterito ¿de dónde salió ese ladrillo? Todos los perros y gatos se han muerto acá atorándose con hueso, atravesados con los fierros y hasta ahorcados con su misma cadena amanecían botando espuma con la correa bien apretada. —decía esto mientras su voz mezclaba entre la seriedad y la imploración y entrelazaba sus brazos al cuello de Antonio. —Aunque sea sácame a pasear hoy —agregó despacio y esperó en silencio la respuesta.
—¡Lávate la cara y dúchate, Camuchita! Vamos a pasear por el centro de Lima. ¿Vamos a comer chifa en la calle Capón? — le respondió Anselmo en un tono más dulzón y acercando su boca para darle un beso.
— ¿Y si nos vamos a un hostal? Mañana no trabajas y nos quedamos toda la noche. Llévame al que íbamos por el Centro Cívico —cerraba los ojos y las pestañas se movían sensuales y despacio como si sus ojos invitaran al amor en ese momento.
—Si me llevas me dejo hacer toditito, como antes — agregó susurrando esto en la oreja mientras se apretaba más hacia él.
—¡Salgamos nomás! Regresando te hago morder la almohada —dijo más pícaro y viendo que Carmen olvidaba el asunto atino a levantarse y buscar un polo para plancharlo sobre la cama. Dio una mirada al piso del cuarto y siguió buscando la tranca que ahora era importante colocar antes de salir.
En unos minutos, el eco de las gotas de la ducha se escuchaba en ese pequeño cuarto que habían adaptado para que sea comedor, sala y dormitorio. Antonio halló una bolsa negra debajo de la cama con algo pesado y frío. Era perfecto.
— Él llegó el 18 de julio a pedir mi mano y antes hemos convivido acá cinco años. Después de mi pedida ya tenemos cinco más. —de esta manera sacaba las cuentas usando sus dedos y buscando con precisión la fecha exacta en que Antonio llegó con su mochila y bolso de mano para quedarse a vivir con ella. —Hoy es 17, entonces tengo que botarlo mañana todo el día —sonrío convencida de volver hacer sus cuentas.
Comprendía que los otros familiares supersticiosos y convencidos de impedir una viudez avisada estaban atentos y antes de esta conversación la entrenaron para que de todas formas salieran esa noche y no regresasen hasta dos o tres días después.
— ¡Es que tú eres sonsa, al hombre no se le pregunta! ¡Se le exige nomás! ¡Jódele y jódele hasta que acepte! Nosotros te esperamos acá y tu papá le da los boletos. Ya le puse sus ropas en esos maletines. — lanzó como una metralleta todas estás advertencia a su hija.
Cuando la pareja abrió la puerta de su cuarto, el resto de la familia los interceptó a los segundos y Antonio fue retenido por el padre de Carmen que le mostró los dos boletos de forma discreta a su yerno. —¡Qué te explique la Camucha! —le susurró dándole una palmadita y viendo sus manos ocupadas con la bolsa decidió ponerle los boletos adentro y con un giro lo condujo por el pasadizo hasta llegar a la puerta de fierro. De esta manera, Antonio, amablemente empujado a la salvación, estaba en la calle aun escuchando frases cariñosas y nerviosas de despedida. Agarrado de la mano de Carmen avanzó todavía confundido mientras balanceaba la bolsa negra con los boletos que por si acaso decidió guardar todo en uno de los pequeños maletines.
Esa misma noche, siendo casi las dos de la mañana Carmen llamó a la familia avisando que Antonio murió por una contusión en la frente. A unos metros, un perito extraía de una bolsa negra un candado viejo y pesado que por su rareza registraron como marca de fabricación cuyas palabras grabadas formaban un arco elegante que decía: Mors Abalto.
Aldo Livia
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