ERIZOS

 



—Espérame aquí, doña Irmita —dijo Katy como todas las tardes a las cuatro y con esa misma ternura y sonrisa inquebrantable que ofrecía desde hace dos años. Era invierno y en la gran casona celeste de rejas negras y delgadas la vegetación del jardín se expandía a sus anchas en esa calle silenciosa de San Isidro.

—Doña Irmita, ahora sí agárrese de mi brazo. ¡Fuerte, mamita te vas a agarrar! — repetía con voz bajita, casi como un diálogo en un confesionario. Lo decía bajito, de forma maternal y con miedo, mirando de reojo al segundo piso. Le puso con cuidado la fina chompa crema de fibra de alpaca y le amarró bien los pasadores de esas zapatillas enormes y blancas.

Sin mirarla y proyectando su voz al piso las dos avanzaban despacio agarradas del brazo. Ninguna se miraba, pero entendían que las distracciones podían ser fatales en ese resbaloso trayecto de casi doce metros cuya superficie de madera fue cambiada por cerámica esmaltada. La casa iba modernizándose poco a poco. Primero fue la sala; luego, la cocina; y ahora el recibidor. Al abrir la puerta de madera aparecía delante el hermoso patio de mármol que se oponía mostrando su blancura ancestral mientras dos ardillas oscuras y algo sucias han llegado de otros parques cercanos esperando la merienda acostumbrada.

—¡Levanta tu cara, doña Irmita!, ¡Ahí está tu ardillita colona! —decía alegre y con más seguridad ahora que salieron y sus voces ya no dañaban la paz de los otros. Doña Irma sonreía pícara y usando el brazo libre señalaba al animal mientras su sonrisa iluminada y silenciosa se agrandaba cada vez más.

—Acá están las migajas que me guardé de la mañanita. Tírales fuerte porque esa no viene. ¡Quiere que le den en su boca! ¡Viva es!  —solo al terminar de decirlo dirigió su mirada otra vez a los ojos verdes y algo nublados de doña Irma Gazán. Los ojos de Katy se humedecieron y enrojecieron un poco — ¡Vamos avanzando, doña Irmita! ¡despacito!, ¡ya estamos alcanzando la rejita!

Katy a sus cincuenta años solo conocía el trabajo doméstico y se dedicó entusiasta por casi treinta al servicio de la familia Ramírez. Una discusión confusa y llena de señalamientos terminó con una demanda judicial por agresión psicológica, verbal y física a la última Ramírez que dio por concluida la relación. Katy comprendió lo peligroso que es mezclar cholita gringa en una frase de cariño. De esta manera, sin trabajo pasó unos meses en su pequeña casa en Canto Grande en compañía de una sobrina mayor.

Luego de un tiempo, se sorprendió cuando aceptaron sus servicios como enfermera con solo un curso de inyectables y primeros auxilios. Al comienzo los Gazán se habían acostumbrado a tres frases en relación a doña Irma: ¡calla a esa vieja, por favor!, ¿le diste la pastilla?, ¡Llévatela!

Entendió que la única manera de seguir trabajando era silenciando a la olvidada matriarca con el mejor de los métodos: Dejándola hablar. Ella le hablaba bajito de una Lima que no reconocía, de expresidentes y un marido tan infiel y romántico que se le perdonaba todo: —Hasta en morir se me adelantó el bandido hijodeputa ese —decía botando una lágrima. Reía, lloraba, mascullaba odios hasta que cerraba los ojos. Katy entendió el valor de su estrategia: Debían ser invisibles y estarían a salvo. De esta manera, armó como un gran rompecabezas la desgraciada y triste historia de Irma Gazán: la hacían firmar mientras la dormían, le grababan la voz rematando terrenos y hasta desaparecían sus joyas y bienes personales mencionando que ella se las había regalado y no se acordaba. Cada día en su soledad Katy retiraba una pieza y la intentaba unir con otra más piadosa, pero la fatalidad era innegable.

Tres días antes, Irma Gazán mandó llamar a los familiares y haciendo un cambio radical en la parte final de su discurso, donde un silencioso notario esperaba la palabra testamento para abrir el libro, doña Irma Gazán de La Fuente viuda de Suárez Irigoyen soltó una larga alfombra de palabras tan gruesas y fuertes dirigidas a todos esos ladrones que Katy las iba descifrando entre el castellano y el inglés. Al final, se irguió como en sus buenos años tan altiva y enérgica señalando con el bastón a su nuera y creando un punto final inquebrantable y eterno miró al notario y dijo: pero ni mierda para esos fucking Mendozas. Katy entendió que la última pieza del rompecabezas fue por autogol. Pero, ¡qué golazo!

La decisión unánime de la familia Gazán Mendoza, dos días después, fue darle la última indicación a Katy de sentarse y escuchar:

—Mira, Katita. Con el dolor de mi corazón debes saber que estamos invirtiendo un buen dinero en la casa y la señora ya da indicios de demencia y alucinaciones. En unos años o cuando Dios quiera todo pasará a manos de mi esposo. Por eso necesitamos un ambiente agradable para estudiar y como en toda casa… solo queremos nuestro bienestar. ¿Me entiendes, verdad, Katita? —decía esto la Mendoza mientras buscaba la mano de Katy en señal de complicidad y con la otra le mostraba la ficha de inscripción del asilo de las hermanitas de los Ancianos Desamparados.

Katy cerró la puerta de la reja por fuera mientras al frente un chofer de taxi esperaba.

— Buenas tardes señoras, me indicaron que las recoja….

— No joven. La que se va es su hermana de la señora. Ella ha venido a despedirse —dijo Katy sonriendo y llevando a su compañera por la vereda hasta terminar la calle.

— ¿Katy adónde vamos? — dijo doña Irma después de andar un rato.

— En mi casa no se habla lisuras, mamita. Eso te advierto.

Silenciaron las dos y siguieron avanzando haciendo crecer una sonrisa en sus labios.

Aldo Livia 16 de julio del 2020  





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