El día de mi adopción

 



Solo fue una pata rota, para ser precisos la cabeza del fémur se rompió. El dolor era silente el primer día. Comía como cualquier gato, dormía como cualquier gato y se apropiaba de mi sillón como él lo sabe hacer. Sin embargo, noté que esa tarde no jugaba. Al segundo, solo fue una mirada larga, penetrante. Al comienzo de ese día siendo aún las cinco de la mañana mientras buscaba una cómoda posición sobre la mesa fría de vidrio entre exámenes y registros solté mi resaltador y al levantarlo cruzamos miradas. Me congelé. La posición de mi columna vertebral se asemejaba a la de Cuasimodo; mi mirada, también. Estaba estoico sobre el sillón. Su mirada era una flecha que hace mucho me estaba buscando. En lo oscuro de su pelaje resaltaba su mirada. Una profundidad de amarillo en esos bordes luminosos y ese pequeño disco negro que era un espejo cuando lo miré con atención a pesar de la distancia. Relamió sus bigotes, saltó y se acercó con una forma de andar algo torpe. Se sentó desequilibrado y, luego, se tiró de lleno sobre el piso de parquet. En la posición en la que estaba me arrodillé y lo alcancé gateando. Solo me quedó sentarme a su lado. Miraba al muro y cerraba los ojos despacio. Cual si fuera el fusilado más solemne de cualquier revolución los abría y cerraba lentamente. Su pelaje negro, sin embargo, se encontraba opaco, noté rastros de polvo en su lomo. Le di una palmadita. Sus dientes se quedaron clavados en mi mano derecha. Era como si diez grapas se hubieran clavado de golpe. Al retirar mi mano, solo atiné a mirarlo con resentimiento, dolor y odio.

– ¿Por qué llegas así de cochino?, ¿no tienes casa? Encima me muerdes. La siguiente te saco los dientes con alicate!!

Lo dejé ahí. Me levanté y él seguía mirando hacia el infinito. Al sentarme sobre la silla y poner las cosas en su sitio lo miré por el vidrio que funcionaba de plataforma sobre la mesa. Lo vi solo y dejó un maullido casi imperceptible. Sentí tristeza, ¿tal vez se peleó con otro gato?, pensé. Aún es una cría de 7 meses y no sabe pelear. Los gatos más experimentados le dieron su bautizo oficial para pertenecer a la pandilla. Me sentí un padre, por un momento, comprendiendo un berrinche adolescente. Necesitaba hacer las paces: Le aventé la tapa de un lapicero y reaccionó. Su cuerpo inició todo un proceso de movimiento: Primero, las orejas en punta, luego la cabeza y los bigotes apuntando al objetivo. Solo cuando estuvo en cuatro patas lo noté con claridad: la pata trasera estaba colgada. Su pata estaba en el aire, se balanceaba con desorden y a ritmos diferentes de las otras tres. La otra pata estaba casi en puntas como una bailarina para evitar el contacto doloroso.

Dudé un poco. El cielo de Lima todavía estaba cambiando de negro a azul por mi ventana. Prendí todas las luces. Lo miré por todos lados. No sabía si tocarlo otra vez.

-¿Qué te pasó?, ¿dónde has estado?, ¿qué hiciste?,…

Recuerdo haber dicho como diez preguntas más. Todas eran sinónimías de una preocupación desbordante y tan tontas, a su vez, que solo faltaba peguntarle si reconoció a su agresor para ir a la comisaría. Llamé a los que pude. Me dijeron que lo lleve de emergencia al veterinario, que lo entablille con cartón de huevo, que le reacomode el hueso con un trapo tibio, y los más piadosos me decían que lo acaricie antes que se muera porque una vecina les contó que la prima de su cuñada tenía un gato angora que le pasó lo mismo porque se cayó del tercer piso y a las tres horas se murió. Me quedé con él y lo acomodé en el sillón. Volvió a mirarme. Su mirada decía todo: ¿Qué vamos a hacer? Lo miré y le devolví el mismo gesto: No sé.

Esa mañana del sábado 30 de diciembre fue internado en una clínica veterinaria. No sabía que se llamaba así hasta que vi el recibo por la atención de emergencia, cirugía y extracción de la cabeza de fémur, inyecciones y radiografía de tórax. Tampoco quiero recordar lo que pagué. Pero si recuerdo el logotipo de un gatito con una bolita de lana de color azul en el papel rosado del recibo. Mientras descifraba la posible raza del animal se acercó la recepcionista.

-¿Señor, en efectivo o con Visa?

-Efectivo… pero no puedo pagarlo todo ahora. ¿Cree que ese será todo el gasto?- lo dije mientras apretaba la billetera como el escapulario del señor de los Milagros para que se ensanche cuando lo abra.

-No sé. es raro que se lesionen así. Pero es probable que se quede en observación tres días. Nosotros nos encargamos de su comida, inyectables, pastillas y otros cuidados. O si desea se lo puede llevar en la tarde de hoy.

-Cancelo todo en la tarde- Lo dije mientras miraba la salita con lunas arenadas donde estaba anestesiado y lo preparaban para la cirugía. Me advirtieron que le afeitarían la el muslo por cuestiones de asepsia. Mi esposa tenía a su lado una mochila negra que usamos como canastilla de emergencia. Esa mañana anduvimos muy atareados. Lo transportamos en taxi, luego que su veterinario con brazos cruzados y mirada a un lado nos dijo que no podía hacer cirugías de ese tipo.

-Yo lo puedo operar, pero como es chiquito va a querer saltar y jugar y se va a volver a dislocar o salir. Te puedo recomendar un colega, pero…

Por eso estaba aquí. Era una pequeña veterania. Muy bonita y moderna. A la izquierda, juguetes para todo tipo de animalesde muchos colores y tamaños. Mientras lo operaban repase con la mirada diversos juguetes y comencé a despejar mi preocupación pidiendo precios hasta de las pastillas anticonceptivas. Al final compré una pelota de goma multicolor que se inflaba y desinflaba. La pelota no era para él. Miraba a las personas que se encontraban ahí y recordé como llegué contando todo el drama a la recepcionista que afirmaba con la cabeza, luego al chofer de la minivan que usaban como ambulancia que me miraba entre sonriendo y decepcionado, y finalmente a la doctora que me miraba como si yo fuera el paciente.

-haber… ¿qué te pasó?, ¿dónde has estado?, ¿qué habrás estado haciendo?- le jaló con gracia un bigote. El gato levantó la cabeza. En esos momentos, pensé que se iba sentar con sus cuatro patas y le iba a contar.

-No sé qué le pasó, apareció así, no sé que estuvo haciendo- dije al ver que el milagro no se producía.

-Es raro que se rompan el fémur, ¿no lo habrá golpeado, verdad?- Me dijo mientras me miraba como si tuviera el alicate sacamuelas en mi mano y un látigo en el otro. Su boca cerrada creando una línea y sus ojos que se hacían más grandes por mi imaginación me hizo repasar desde el día que apareció entre telas y su madre lo iba a aplastar y asfixiar como suele ser el comportamiento cruel y sabio de los animales. Lo recogí y lo aparté hasta que creció y podía defenderse de ella. Luego de ese episodio, no recordé un acto violento a pesar que rompía periodicos, se tiraba encima de los teclados, rascaba sillones, defecaba en la ducha y rompió dos floreros nunca se le golpeó. Todo fue una guerra de amenazas. Ni la guerra fría pudo tener tantas amenazas encarnizadas y declaradas. Sin embargo, su ego felino nunca se alteró y mantuvo la sobriedad y altanería de siempre.

La respuesta la dio el mismo paciente cuando puso su pata negra sobre la mano de la galena y se acabó el interrogatorio. Luego, ella le tocó el lomo. Mientras decía !cuidado! mi mano ya estaba delante. No fue necesario. Lo neutralizó poniendo su pata debajo de la otra. El gato bailaba aserejé con sus patas defendiendose de los dedos fríos y rápidos de la doctora. Ella concluyó:

-Le voy a tener que sacar placas. No te aseguro nada. Pero no quedará igual porque es muy tierno y puede que el hueso no suelde.

La placa reveló que el fémur se partió en dos a la altura de la unión con la pelvis. El animal había resistido sin anestecia dos días. Días después me enteré que se echaba cuando miraba a un familiar, pero nadie le prestó importancia. La doctora me dijo que si quería esperar el gato iba a reaccionar en al menos cuatro horas por la anestesia. Me recomendó que se quede al menos tres días y que mañana a primera hora lo podía ver. Me despedí de todos dando recomendaciones de cuidados. Ellos solo asentían y me arrojaban a la calle con una gestualidad alturada y sonrisas comprensivas.

Al día siguiente lo vi. Estaba despierto en una jaulita blanca con gris. Lo miré de lejos mientras la asistente lo traía. Miré sus mismos ojos amarillos algo pesados por efectos de los ladridos de dos perros. Ahora sus ojos más dilatados y grandes me reclamaban la ausencia de esa noche y su alegría de verme al mismo tiempo. Me acerqué a la jaula y abrieron una puertita por donde lo sacaron con una mano. Estaba más flaco, el muslo totalmente blanco y ausente de pelo mostraba una cicatriz enorme coloreada por violeta y un polvillo similar al cromo. Una pequeña zona de su pata delantera revelaba un vacío de pelaje por los pinchazos para la anestesia. Cuando lo miré se me escaparon unas lágrimas. Lo abracé y él solo maullaba. No quería tocarlo mucho porque seguro estaba adolorido. La doctora, se acercó silenciosa y me preguntó:

-¿Se lo lleva ahora, señor?

No tuve valor para decirle que sí. Imaginé muchas situaciones y todas eran trágicas por mi torpeza. Lo peor que pensé fue que se colgaría de la ventana y en mi desesperación en vez de salvarlo lo empujaría como el gato de la prima de la cuñada. Soportó los ladridos de perros histéricos, las bombardas del 31 de diciembre y la soledad del uno de enero. El día que regresó a casa después de pagar a ojos cerrados la cuenta solo vi varios billetes de azules que se iban de mi mano y escuchar las recomendaciones de rehabilitación y las próximas citas solo afirmaba y esperaba llevarlo a casa. Esta vez, vinimos preparados. Una cesta nueva con gatitos bordados y almohadas listas por si acaso.

En el camino, decidimos transportalo en bus. La gente preguntaba qué le pasó. En un momento, el gato era el centro de varias miradas. Las madres cargaban niños sonrientes; yo, un gato negro, flaco y cojo. Sin embargo, lo quería. No se necesitaban más cosas ni otros lenguajes. El animal se acomodó. Se hizo inmovil y pesado. Luego, desapareció y todo el bus volvió a la normalidad. La casa fue desinfectada y solo cuando los familiares lo vieron sintieron pena y lástima. Se alimentaba como cualquier gato, dormía como cualquier gato y caminaba con la elegancia que le podía dar su cojera. En todos esos días, limpiarlo con algodón y alcohol , mimarlo y atenderlo se convirtió en un hábito. Respondía a los llamados como buen paciente, cuando colocaba la mano en su lomo solo soportaba mirando al muro y dando maullidos quejumbrosos. Después de un mes el pelaje negro cubrió su piel blanca. La naturaleza hizo su trabajo como predijo la doctora. Los huesos no se regeneran; pero, se formó una bola de grasa lo suficientemente grande que funcionó como una articulación. Desde ese día este gato dejó de serlo. No fue aceptado por los de su especie porque no saltaba, ni giraba ni corría como ellos. Fue aceptado por nosotros. Cuando se sienta sobre el sillón manda esa mirada elocuente de tranquilidad, corre con torpeza y se ha resignado a ser un cuadrúpedo 24 por 24. Sin embargo, me acompaña en mis trabajos de mesa, sube a saludarme a la cama con su hocico húmedo y muerde cariñosamente mis dedos. Aprendió a cazar chapitas y conquistar todos los rincones de la casa con sus huellas y pelusa por doquier. Una vez, como cuestión secreta,me ha traído una cucaracha para subirse la moral. Entendí que me adoptó como su humano y yo conseguí un amigo.


Comentarios

  1. Una historia totalmente conmovedora, se puede notar que es vasicamente parte de la vida en como el gatito encontro el cariño de su dueño, en este caso el creador de la pagina, por lo que veo que en el perfil es como el secretario, jsjs es tierna la historia, explicada al maximo cada rasgo del gato y como se forjo una amistad, me logre trabar en algunas partes, pero sin duda alguna una historia que merze ser contada a todos aquellos maltratadores, que se apiaden y que tenga consiencia de sus propias consecuencias, que sepan que los animales no son cualquier cosa, son como tener un hijo y realisar el factor padre, por mas juguetones que sean y cuantas veces te muerdan la mano, no tenemos derecho a maltratar a un ser vivo, digo de experiencia propia que tambien tengo un gatito pequeño y recien recojido, que aveces colma la paciencia pero sigue siendo tierno y un pedilon de comida, le deceo muchas buenas vibras a esa amistad y una historia que mereze llegar a la pantalla como un corto de refleccion

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  2. Un placer leer la narración de la complicidad entre un afortunado felino y un gran humano, sensible y comprometido con el rol que la vida le dio. Es sin duda, un relato conmovedor, tierno y honesto el cual invita a reafirmar nuestro compromiso de amor con quienes nos eligieron como sus dueños.¡ Felicidades!

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