Aquí no están las buenas gentes





Era una mujer de ánimos disfóricos. De niña, muchas veces, se deprimía por su situación de abandono familiar y sobre todo por su infancia dentro del mercado central donde hasta los 13 años andaba con una caja de frunas y repitiendo un discurso lastimero para lograr ventas rápidas. Algo de esas ficciones en su cabecita se quedaron con ella o le resultó más cómodo creer que era así. 

A los 16 años, decidió vender almuerzos a los vendedores del mercado llevando pesados costales con ollas de arroz con pollo y baldes de chicha que hacía hervir el domingo en casa de la dueña donde era ayudante, vendedora, cajera y sencillera.Cuando llegó le dijeron que ella no lavaría, ni cuidaría a nadie, solo sería ayudante de cocina como vio esa mañana en un poste del jirón Andahuaylas debajo de la frase: “Pago 800 soles quincenales”. Acompañó a las demás cocineras 2 años hasta que siguiendo los consejos de las mujeres que se iban cada mes comenzó a sospechar de las intenciones de la dueña que desde el primer mes le decía que de su plata ella le guardaba la mitad hasta que ella se vaya. Su sueldo mensual variaba de 300 a 400 soles. Le descontaban los almuerzos que se comía, el alquiler del catre plegable que abría cada noche al costado de la cocina y hasta la fruta que le decían que desaparecía en la cocina cuando ella dormía. Cierto día, tomando valor, le dijo a la dueña que se iba a Huancayo a la casa de su tía en Chongos. Cuando se lo mencionó la mujer alzó la voz y vociferaba por la cocina haciéndole recordar que había mucho trabajo, y cuando le mencionó que igual se iría y quería que le paguen el “guardadito” de 22 meses (eran 24, pero ella decidió que no se merecía el sueldo completo porque le dijeron que estaba a prueba dos meses) la mujer estalló en cólera acusándola de mentirosa y que su sueldo siempre fue de S/800 y era demasiado para lo que hacía. Además, le increpó que si quería llame a quien quiera mientras la amenazaba con un cucharón sopero gigantesco y la otra le mostraba el aviso que había guardado y con el que llegó a su puerta . Al final ella se fue, no muy lejos, hasta esperar la una de la tarde. En ese horario, todas las cocineras se encargaban de convertirse y jugar con los carretilleros, ambulantes, vendedores cercanos y compradores al paso a que ellas anfitrionas A1 con palabras dulzonas y agradecimientos cariñosos mientras entregaban los táperes y pedían que regresaran mañana. Cuando llegó a la casona de jirón Cuzco encontró sus cosas en una caja. Sus mejores ropas las habían repartido entre las cocineras y solo le dejaron lo más gastado y una bolsita de 200 soles mezcladas con billete viejos y muchas monedas de diverso valor.

En esos días, se dio cuenta que su vida giraba entre la cocina del jirón Cuzco y las afueras del mercado Ramón Castilla. Ella decidió alejarse de esas calles y mientras andaba pidiendo trabajo por el jirón Puno conoció a Dario Collazos en la tienda de cocinas de gas y platos chinos de porcelana blanca con florecitas rosadas. No consiguió trabajo; pero Dario la invitaba a comer caldo de gallina de noche y una noche le pidió que deje de buscar trabajo y que vivan juntos en su cuarto por la Victoria. Ella aceptó y le advirtió que ella solo cocinaría y lavaría; pero que no se podría casar con él. Él aceptó dándole un beso tímido en la boca y prometiéndole que de todas maneras terminaría casada con él. Sacó una servilleta y mientras se sacudía los pedazos de migajas del pan que había estado partiendo mientras sorbía su sopa vio su chompa ploma con detalles de animalitos y su pantalón azul marino algo chillante por la suciedad y las planchadas que tenía que darle todos los días. Hizo un silencio que a ella le preocupó y dijo -tú me ves así pobre, pero en mi pueblo tengo chacras de maíz, alfalfa y papá. Tengo mis animales y mi casa. Ahora, en agosto te llevo a la fiesta de mi pueblo. Te voy a presentar a los parientes y mis hermanos. Ahí vamos a regresar. Lima no me gusta. Mucho te gritan y te hacen cargar peso. No te reconocen nada y encima te botan rápido para no pagarte. Tú me llevarás mi comida al trabajo y voy a decir que eres mi mujer. En la tarde, puedes ver televisión abajo con la abuelita Anselma. Siempre para solita. A ella le pago 200 soles por el cuarto. Si le ayudas en su casa te dará propinas para que te compres tus cosas. Esa ya es tu plata guarda y no te hables con nadie. Cuidado que te guste el trago porque ahí si te boto.- Ella asintió y, dos días después, mientras caminaban por la avenida Abancay con dos mochilas Bronco llenas de zapatillas y ropa vieja, se preocupó de que no le haya advertido de las consecuencias de mirar otros hombres y meterlos al cuarto o que se vaya a robar las cosas de su casa. Miró a Dario y pensó que con él si hallaría tranquilidad. No buscaba el amor porque en su experiencia las miradas cariñosas, ni de caricias, ni de palabras melifluas; solo sabía que eso servía para vender. Sin embargo, si creía que había gente buena, pero vivían lejos, en las provincias en sus campos y llegó a la conclusión de que estas gentes solo se juntaban entre ellas y por eso no había conocido a ninguna.
y la llevó al tercer piso de una casona cerca a la plaza Manco Cápac. Al frente tenía la vista de un terminal de buses clandestino y un hostal con luces de neón que ofrecía cuartos desde 10 soles. Mientras ella miraba la llegada de los pasajeros grises y temerosos de Juliaca, Moquegua, o Abancay le daba ganas de llamarlos desde la ventana, invitarles sopa de menudencias para aconsejarles lo que deben hacer y pedirles que no le compren, por más hambre que tengan, a las cocineras del mercado central. Se quedó con Dario 2 años más soportando el sonidos de los buses de madrugada, rateros y drogadictos que al frente suyo esperaban arranchar los paquetes de los recién llegados; prostitutas que en puerta del hostal del costado golpeaban y amenazaban a los incautos, que apenas bajan del bus buscaban el amor al paso por la avenida Grau. Se sintió sola y asustada por las formas brutales de cómo Lima les daba la bienvenida y aprendió que la gente te agarraba de “cholita” solo si tú te dejabas. En las tardes le llevaba el almuerzo a Dario y de vez en cuando se preguntaba si él también se drogaría en el almacén o si lo conocen las prostitutas de la avenida Manco Cápac. Una vez decidió caminar hasta el campo de marte con Dario por toda la avenida Grau esperando que una mujer alegre lo reconozca y lo llame por su nombre. Nada de eso pasó. Dario pasaba desapercibido por sus ropas y por su manera de caminar y mirada asustadiza como si todas las putas se juntarían para hacerle apanado por toda la avenida.. Dario le pidió que nunca más vayan por esos lugares mientras la abrazaba y metía a la fuerza tres chizitos en la boca de un bolsón que había comprado para ese día de descanso. Sobre las drogas, solo bastó con oler todos los días su camisa y era el mismo olor a detergente y papel viejo.

Cierta mañana, en el terminal de buses observó a una mujer con 4 pequeños a su lado. Estaba parada en la esquina del portón donde accedían los buses entre una vendedora de chanfainita y otra de desayunos. Los niños jugaban cerca corriendo y saltando de vez en cuando a la avenida, mientras la madre les decía algo entre quechua y castellano. Se le notaba cansada y preocupada hasta que la mujer no soportó más y se quebró en llanto en mitad de la calle mientras arrugaba un papel sacado de un cuaderno con la mano. Concepción por instinto bajo y solo tenía en la cabeza ayudarla de alguna forma. Pensó en ollita de comida que sobró el día anterior y pensaba en prestarse dos platitos más de la vecina hasta que vio la escena donde los niños estaban corriendo por diferentes partes de la calle, así que los reunió a todos con ayuda de la anticuchera y otros peatones y los hizo esperar en la entrada de la casona. Mientras lo hacía notó que le madre no se preocupaba de eso ni de la forma como sus cuatro hijos desaparecían por esa escalera vieja. cuando la miró bien, la mujer era en realidad una muchacha de casi 20 años. Luego, miró a sus hijos y se dio cuenta por sus tamaños que todos se llevaban casi un año. Solo en ese momento, tomó valor y se dirigió a la mujer:-¿Por qué te has puesto a llorar así?, ¿bien sonsa eres, no?, !Acá la gente se roba a los niños!, !Aquí hay mucha gente mala, !Yo he visto a unas putas gordas que tienen su chaira en el bolsillo, !A ese barrigón casi lo atropella el carro!, !Por la vuelta hay un fumón que se roba los paquetes!- De esa manera repartía de forma atropellada consejos y amenazas. La mujer no reaccionaba y solo sollozaba consolándose con un papel higiénico rosado que ya andaba partiéndose por la humedad y dejando retacitos en su carita quemada y lisa. Concepción dejó de hablar cuando llegó a mirar los ojos grandes, brillosos y tan líquidos de esa mujer. Tuvo miedo y volteó para otear a los cuatro niños. La llevó hasta la vereda entre jaloneos y caricias y la hizo sentar en la vereda. Las dos silenciaron y la avenida se llenó de sonidos sordos de la calle: bocinazos de buses interprovinciales, discursos incomprensibles de carretilleros con megáfonos y ladridos de perros nerviosos. Finalmente, la mujer soltó una frase que se descifraba entre la angustia y el llanto. – SE MURIÓ.
En ese momento, la mujer desató la manta marrón que tenía atada a su espalda y dejo ver un niño de dos o tres meses de nacido. El bebé miraba hacia arriba y tenía el cuello como de goma cuando lo levantó su madre. De pronto movió los labios apenas y la manito izquierda. Estaba rojo y caliente. La fiebre se lo estaba llevando y a su lado su madre lo estaba dando por muerto tal vez cansada y angustiada de haber llegado a un lugar donde ni siquiera sabía dónde quedaba el hospital o peor aún, haber llegado a Lima con un papelito de la posta médica donde le dijeron que lo llevé rápido por la pulmonía y que la ambulancia es solo para heridos y atropellados y que el chofer estaba en una fiesta patronal y que si se moría el niño era solo por culpa de la mamá que es una floja que no sabe cuidarlos. Las condiciones del viaje desde Chongos, en Huancayo hasta Lima fueron terribles a pesar de ser una horas, el frío del bus y el radiador malogrado hizo que el chofer parara dos veces antes de llegar. Solo al mirar a la criatura, Concepción cogió el papel leyó hospital Grau y se acordó que estaba 5 cuadras. Lo envolvió con la manta y le dijo a la madre que lo vuelva a cargar. Regresó por los niños y los hizo subir hasta el tercer piso. Después que entraron con la madre le dijo que les avisará que ella era su tía y que iban a quedar solitos en la casa. Concepción sacó algo de plata que tenía juntada y se llevó a la madre entre corriendo y caminando por las calles de La Victoria. Con algo de miedo le echó llave a la puerta esperando que no haya incendios o terremotos como siempre la decía Darío. Felizmente cuando el llegó había cobrado y cuando esa noche encontró a ese ejército de niños saltando sobre su cama y rompiendo todos los periodicos que le regalaba el dueño de la tienda solo entró y cuando los niños dijeron que su tía los recogió. Se quizo ahorrar explicaciones y les dejó el medio pollo con papas que había traído esa noche y se fue a dormir.
Concepción llegó al hospital y, mientras golpeaba la reja con una llavero, pedía que se le atienda con urgencia. Solo cuando salió un vigilante y vio al niño pasaron. Fue recibido de urgencia con una temperatura de 34 y que casi lo mata. También se detectó un tremendo cuadro de desnnutrición y problemas gástricos leves. A los dos días la madre pudo llevarse a la criatura con una receta médica inmensa. Concepción la llevó a su casa para que cene y regrese a su casa. Los niños se habían quedado solos esos días y en el segundo día dormían y se despertaban llorando cuando miraban los techos y no hallaban a su madre. Dario se quedó con ellos esas dos noches y recordó su infancia y tenía que atender a sus tres hermanos cuando sus padres se quedaban tres días en la estancia haciendo pastar a sus animales. Los atendió como en esos tiempos y se inventaba juegos y, luego, cuentos haciendo figuras con la vela hasta que los niños se duerman. Esa noche llegaron las dos mujeres con el bebé. La madre pidió dormir, después de haber tomado una sopa de menudencias y Concepción no quería mirar la lista de medicamentos; así que dedujo que el niño estaba así porque le madre no comía y decidió salir a comprarle un caldo de gallina para reforzar su alimentación. Dario estaba dormido y la madre atinó a acostarse cobijando con su faldón a sus hijos. Amalia cerró los ojos y sintió un silencio interminable y de paz ya que habían pasado 5 días de no dormir. Soñó con sus familiares de Huancayo. Su madre tenía una cocina de leña y había puesto una olla de leche grande a hervir. Cuando Amalia se acercó a mirar la olla vio la leche blanca y espumosa. Metió un dedo para probar y vio que nadaba un pollito negro. Lo recogió y se lo llevó a su mamá. La madre lo cogió, lo tiró al piso con violencia, lo insultó en quechua y lo aplastó con su ojota. El pollito apestaba y le salían gusanitos blancos de la barriga. De pronto Amalia se acercó a la olla y la encontró en el piso, cuand dos allcos (perros) con cuatro ojos se la tomaban toda. Ella recordó que en Chongos nadie la queria porque su primer marido, que era su padrastro, la dejó embarazada dos veces y le echó la culpa a ella de ser la que lo provocaba. La amenazó de botarla con sus hijos hasta que ella conoció otro hombre que se la llevó con la promesa de casarse. En ese tiempo tuvieron dos hijos más y, cierto día, fue abandonada mientras ella esperaba al último. De eso ha pasado casi un año y al ser rechazada por sus propios familiares solo le quedó vivir en una chacrita de sus tíos y esperar a que sus hijos sean grandes para poderle ayudar. Amalia abrió los ojos y escuchó los sonidos de la madera rechinando por los pasos de Concepción que había conseguido una buena presa con dos huevos sancochados. Ella la recibió y se sentaron a comer en la pequeña mesita con patas de metal que servía de planchador, comedor y tabla de picar. En ese momento, mientras Amalia sorbía el caldo de gallina llegó a la conlusión de que estas gentes buenas de Lima solo se juntaban entre ellas y por eso no había conocido a ninguna.

Aldo Livia Reyes – Noviembre 2019

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