Algún día será
Es difícil. Tu recuerdo se arma por retazos. Por alguna razón, se entremezclan los recuerdos heredados por los familiares. Son frases y relatos con matices solemnes y de conductas intachables. Ya en el cielo, donde estás por unanimidad, tal vez me esperes. No sé cómo andará mi expediente, no sé si el peso de mi corazón será más que mis actos o si los ángeles realizan estadísticas de los prójimos que acogí y socorrí; de las limosnas de 5 soles o de haber comido atún en Semana Santa. Solo espero que Dios no use logaritmos y el día que vaya para allá me permita colarme, mientras me hace un guiño, solo un ratito.
Siento miedo de morir ahora pues si de casualidad voy al cielo, con todos los relatos sobre tu vida, te hallaré lejos, muy lejos. Tal vez solo me saludes agitando con la mano mientras tu blusa blanca sigue el vaivén de tu cuerpo emocionado. Tu instinto te dirá que estoy entre el montón; mientras que mi instinto de mi miopía materna solo me hará mirar cada vez más hacia arriba como quien busca esa gota de lluvia que hace rato se extinguió en el suelo. No sé si tendrán un espejo, una fuente, o algo cristalino por donde ven a los vivos. No sé si me has visto crecer. Si es así, tal vez te dio colera que eligiera ser maestro y diste una patada a alguna nube raspando la suela de tus sandalias. En mi carrera fui ese corredor que hace rato perdió la maratón, que le han tirado por debajo maldiciones, piedras, sillas y hasta dos piernas nuevas; sin embargo, he seguido andando y he llegado feliz y satisfecho, aunque todos se fueron y apagaron la luz. Si no te desilusioné con eso, es posible que me hayas visto emocionada de mis logros, de mi matrimonio, de mi graduación y de haber sido adoptado por un gato. Quiero pensar que en esos sucesos te emocionaste igual que yo. Que sacudiste de la sotana a los otros parientes gritando mi nombre y emocionada capaz hasta mandaste al carajo a otro ángel que te callaba educadamente por bullera.
Son demasiados elogios acartonados, melifluos y etéreos que suelo sacudirme de vez en cuando. Siento que solo llevo unas cuantas medallas en el pecho, pero he procurado que mi orfandad no se convierta en un circulo iluminado de piedades, cariños lastimeros y frases de consuelo. Aunque no niego que aun sollozo en el rincón más oscuro de la casa, que en mi soledad me siento acompañado y eso me apena porque tengo poco de que preguntar, y que mis temas de conversación contigo son tan breves y en vez decirte hasta luego, termino diciendo hágase tu voluntad, amén. Por eso me hago chiquitito, apago el mundo solo un ratito para no incomodar y me esfuerzo por imaginar esa conversación pendiente de la forma más sencilla posible. Por alguna razón que no me explico hasta ahora, suelo hallarte en la banca ocupada del parque, en las espaldas de las mujeres mayores y en las lunas de carey oscuras.
Ahora conflictúa mi consciencia pues hallé retazos más mundanos de ti cuando pasaron los años. A veces, me resulta más reconfortante hallarte así. Recuerdo, después que te fuiste que abrí ese ropero verde agua marina con decoraciones doradas. Al traspasar y sumergirme entre el olor a naftalina y abrigos y colchas viejas llegué a ver tus ropas, tus carteras y tus colonias. Lo más impresionante; sin embargo, fueron las cajitas de cigarrillos Premiere. No sé si serán tuyos, pero quiero pensar que sí. Quiero imaginar que escribías a máquina con un café al lado y un cenicero preocupada por los exámenes de dos chiquillos que seguían sin aprender a dividir. los odiabas y luego pensabas en hacer más ejercicios; fumabas un Premiere preocupada porque con tres hijos encima la plata no estiraba y salías al jardín a pensar que cachuelos tendrías que hacer o a quién ofrecer más clases particulares. Fumabas un Premiere cuando caminabas por Jirón de la Unión y mirabas esos zapatos con taco aguja que te gustaban y apretabas el paso para seguir sacando las cuentas de los pasajes. Finalmente, fumabas un Premiere porque te daba la gana como yo ahora he decidido ser escritor. Ahora, compartimos la misma preferencia por los lentes de carey, por la vida al servicio y tener el cabello a contracorriente.
Tus recuerdos son frágiles, se me escurren, se desmoronan, y se oyen los vidrios que caen, se destrozan y cortan, me hacen cobarde. Tu voz sigue imprecisa, solo son imágenes de un viejo casete que en mi memoria retornan escenas de una playa, un apagón y una mañana mientras hacías crema huancaína. Esta noche me llevó ese lado más mortal y telúrico. O, al menos, me lo quiero imaginar así. Quisiera morir más viejo para hacer más méritos y poder estar más cerca de ti cuando ocurra. Aunque ahora tengo barba, ojeras y cuentas por pagar espero no te decepciones. Siento que me esperarás con un cigarrillo premier encendido por los nervios o tal vez, lo apagues y lo tires al toque apenas me veas. Nos sentaremos frente a frente y prometeremos no llorar ausencias; sino, de conversar de los años vividos lo más que podamos. Esta vez, atesoraré tu voz, la memorizaré con todos sus colores. No vaya ser que me digan que se acabó la visita de cortesía.
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