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Esta era un llavero inútil que custodiaba desde hace 90 años con su aro robusto y opaco llaves cilíndricas y gruesas de todo tamaño. Tenía también unas cuantas llaves de sierra pequeñitas y orejonas de un triste dorado las cuales eran las más recientes y aunque al principio despertaron mucho temor entre las más antiguas por la posibilidad del reemplazo inminente, luego se enteraron de que las habían insertado de forma temporal. Sin embargo, de esa temporada de 1995 han pasado 25 años y aún siguen dentro ese táper grueso y blanquecino. Un buen día la llave de tubo más oscura y acerada se levantó sobre sus paletas, pues las conversaciones y anécdotas circulares de sus compañeros lo habían cansado y llevado a la desesperación de preparar un plan y un discurso que no podía posponerse.

—¡Compañeros! ¡Mírense y entristézcanse! ¡Hoy quiero manifestar mi oposición al olvido! ¡Vamos a probar, una vez más, en el crisol de una realidad dolorosa quizá, la consistencia de nuestra organización, la fe en nuestras conciencias y la sagrada perennidad de nuestra causa! —solo al terminar eso, abrió los ojos y miró al resto asustado, pero con un profundo interés. Se esforzó por crear un ambiente más paternal y comprensivo, a pesar que por momentos las vocales finales le salían como una flauta, prosiguió:

A una puerta llega cualquiera, pero nuestra misión siempre fue la de llegar abrir esas puertas de los pueblos de Aucallama, de Chancay, de Huaral, de Pacaraos, de Sumbilca, y de nuestro amado San Miguel de Acos. Estará en su conciencia seguir en el óxido o servir al pueblo como lo hemos hecho. Yo propongo, en este momento, que nos levantemos y salgamos con la alegría profunda de ser los luchadores fuertes, con la convicción de nuestra gran causa, con la decisión de vencer. Seamos dignos del pueblo y hagamos que el pueblo sea digno de nosotros. — solo al decirlo recordó que sus palabras provenían de los años 30 y se lo escuchó entre el tumulto de obreros que miraban a un tal Víctor Raúl.

—¡Viiivaaaa!

 —¡Braaavooooo!

—¡Vivaaaa la vieja guardiaaaa!

Todos gritaron de emoción, chocaron sus paletas, se abrazaron, vitorearon, derramaron lágrimas por su victoria futura de salir y reencontrarse con el cielo celeste y respirar el olor a leña y sentir la brisa que corría desde los cerros. —¡Esa era vida carajo!  —soltó una llave plomiza. Hasta una llave china marca Globe se emocionó tanto que confesó que siempre se sintió peruana desde que la abrieron de su caja. Entre el griterío alguien hizo una seña para hacer silencio.  Se preocuparon y luego marcaron sonrisas emocionadas pues el amo subía por las escaleras.

      ¡Seguro escuchó tu discurso, negrito lindo! — exclamó el llavero mientras intentaba levantar el aro con todas sus fuerzas.

      Se lo repites igualito — dijo emocionada una llave de bronce delgadita.

En ese momento se escucharon los pasos más cercanos. Luego, el estrujar del plástico grueso y el golpe de la puerta apolillada. Se escuchó el abrir y cerrar de los cajones y la luz iluminaba y desaparecía en fragmentos e intensidades diferentes.   Todos estaban de pie como el comité más organizado y conteniendo todos sus sentimientos pusieron caras serias para darle un mayor efecto a la solemnidad del discurso.

—Señor, dueño, ¡Mírenos y entristezca! ¡Hoy quiero manifes…   —antes de terminar esa palabra sintió que el llavero era levantado y todas las llaves se elevaban sonrientes. Miró el rostro de su amo y no se explicaba por qué ahora se veía rejuvenecido.

      ¡Abuelo! —gritó el joven. — ¡Ya las encontré!, ¿también puedo vender el triciclo?

ALDO LIVIA REYES - 27 DE SETIEMBRE DEL 2020

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